Este fue un entierro atípico. Una cremación en la antigua Sagalassos, una ciudad situada al suroeste de Turquía y que prácticamente desapareció en el siglo VII d.C. a causa de un terremoto. La sepultura estaba repleta de clavos doblados intencionalmente. Y todo el conjunto estaba sellado cuidadosamente debajo de un muro de ladrillos y una capa de cal.
Los arqueólogos que han estudiado el yacimiento lo tienen claro: se trata de un sepelio “mágico” destinado a evitar que los vivos tuvieran contacto con los “muertos inquietos”, una forma suave de referirse a los “resucitados” (zombis, vampiros o vaya usted a ser qué tipo de ser), según explican en un artículo publicado en la revista Antiquity.
Sellada bajo las ruinas y la vegetación
Varias partes de Sagalassos, ubicada en una de las laderas de la montaña Tauro, en la provincia de Burdur, quedaron sepultadas bajo varias capas de materiales de construcción. Intactas, selladas bajo las ruinas y la vegetación que cubrió rápidamente el lugar. De ahí que en 2010 se iniciara una campaña para analizar este contexto único.
En época romana, entre el año 100 y el 150 después de Cristo, un hombre adulto fue incinerado y enterrado en el mismo lugar, en un tipo de práctica que no era habitual en la época. Junto a la pira de cremación se dejaron hasta 41 clavos doblados y retorcidos, 24 ladrillos meticulosamente colocados y una gruesa capa de yeso que lo tapaba todo.
«El entierro no se cerró ni con una, ni con dos, sino hasta con tres formas diferentes, lo que puede entenderse como un intento de proteger a los vivos de los muertos, o al revés», afirma el arqueólogo Johan Claeys de la Universidad Católica de Lovaina y autor principal del estudio.
Los tres elementos de la sepultura se habían observado por separado, pero su combinación no se había encontrado nunca, revelan los investigadores. Normalmente, las cremaciones de la era romana implicaban recoger las cenizas, que se colocaban en una urna y luego se enterraban en una tumba o se colocaban en un mausoleo.
En Sagalassos, sin embargo, todo se hizo en el mismo lugar, lo que permitió a los expertos deducir de la posición de los huesos restantes. Incluso el ajuar funerario fue inusual. Porque, visto lo visto, se podría pensar que el difunto era alguien poco querido. En cambio, estaba acompañado por todos los elementos funerarios típicos del momento (un ‘óbolo de Caronte’, frascos de perfume, recipientes para comida y un sudario o ropa), lo que indicaría que era una persona querida.
Claeys cree que el hombre de esta extraña tumba probablemente fue enterrado por su pariente más cercano en una ceremonia que habría llevado días preparar. El experto entiende que este entierro quizás se llevó a cabo de esta manera para contrarrestar una muerte inusual, aunque no se ha encontrado evidencia de trauma o enfermedad en los huesos.
Los investigadores apuntan que todo el ritual que se siguió en este sepelio parece vinculad a las creencias mágicas antiguas. La presencia de los clavos en contextos funerarios romanos, por ejemplo, acostumbra a buscar la protección del difunto del mal en el más allá o para evitar que los muertos dañaran a los vivos.
Los “muertos inquietos”, explican los autores del estudio, serían el resultado de una muerte prematura o violenta, de un cadáver que no ha sido sepultado o de alguien que ha tenido una vida desviada. La posición de los clavos, añaden los expertos, parecen formar una barrera mágica que rodea los restos de la pira funeraria.
“Parece que en este caso se siguieron la mayoría de los ritos asociados con un entierro normativo, al mismo tiempo que se protegía a la comunidad de cualquier posible daño de los ‘muertos inquietos’, utilizando clavos, ladrillos y cal. La combinación de todos estos elementos implica un miedo”, dicen los arqueólogos.
“Independientemente de si la causa de la muerte fue traumática, misteriosa o el resultado de una enfermedad contagiosa o un castigo, parece haber dejado a este muerto con la intención de tomar represalias y a los vivos temerosos del regreso del difunto”, concluyen.